In MEMORIAN José Manuel Sarabia Saenz Promoción 1983
Queridos amigos, queridas amigas del Colegio Portaceli.-
Está semana me quedé pillado de veras. El 28 de septiembre me desperté con la noticia de la muerte de Manolo Sarabia. Nané.
Supongo que a vosotros también os pasaría. Mi mente se inundó de recuerdos y de vivencias compartidas con nuestro amigo.
Uno era un niño, allá por bachillerato, cuando nueve amigos compañeros de pupitre del Colegio nos fuimos a pasar el puente del Corpus al chalet de mis padres en Chiclana. Todavía no sé como nos dejaron. Allí lo veo a él. Entre nosotros está Nané, disfrutando y riendo.
Cada uno de nosotros distinto, cada uno con su propia personalidad, cada uno de nuestro padre y de nuestra madre. Siendo tan opuestos y siendo tan diversos nuestros entornos familiares y andaduras vitales, ¿podíamos ser capaces de entendernos, de convivir con agrado y de divertirnos? Claro que sí. Por supuesto que se puede. Y lo aprendí en aquella odisea chiclanera. Basta con aceptar un umbral mínimo de respeto a tus colegas y con apostar por lo más inteligente: ver en ellos la infinitud del corazón humano, aprender de lo que son, de lo que comparten y ofrecen.
La genialidad de este, o la capacidad de este otro de hacer las tortillas, o el arte de aquel para contar historias de miedo y para implicarnos a todos en invocar a espíritus que debían tener tantas ganas de cachondeo como aquel grupo de colegiales.
Así veo allí a Nané. Siempre trabajador, siempre responsable, siempre honesto, siempre simpático, siempre bromista. Y esa esencia única de él, su huella indeleble la contagiaba al grupo de amigos, que de algún modo intuíamos que cada uno de nosotros es quien es gracias a lo que los otros nos
aportan.
A partir de aquel viaje comencé a sentir una honda gratitud y admiración por todos y cada uno de aquellos amigos, con los que fuí trenzando relaciones de confianza. Con todos ellos. Con Nané.
Y aún me sorprendo gratamente cuando me encuentro con alguno de aquella pandilla de chavales de quince años. De veras que se me esponja el alma y solo recuerdo anécdotas que hacen brotar mi risa y alegrarme de que El Creador me haya bendecido con la amistad de todos ellos.
Con Nané me pasó lo que nos suele ocurrir a todos. Termina la etapa escolar y la vida te va enredando en tus guerras particulares: trabajo, familiares, hipoteca y demás. Solo pude coincidir en persona con él en contadas ocasiones. En alguna quedada de antiguos alumnos, en la feria o en el glorioso bar Coli.
Pero siempre, siempre que nos veíamos nos saludábamos con un abrazo y no hablábamos de trabajos ni de historias, sino que hacíamos lo mejor que pueden hacer dos amigos al encontrarse: reírnos y desearnos lo mejor.
Discutíamos cordialmente …
– Pepe, no estoy de acuerdo para nada con tu opinión que expusiste en el foro de Portaceli. Me pareció una auténtica chorrada, amigo.
… y levantaba sus cartas para argumentar su punto de vista, tan inteligente como él mismo.
– Bueno Nané, ya seguiremos hablando en otra ocasión.
Eso. La palabra va al cielo. Así que estará esperándome Allá Arriba para darme la del pulpete en el amistoso debate que dejamos en tablas y no pudimos finalizar en la barra del Coli.
Me he quedado pillado con su muerte. Quizá porque tuve la suerte de que él formara parte de esa pandilla inicial que albergo en la biografía de mi alma y que necesito para poder entenderme a mi mismo.
Poco antes de morir, Nané nos regalaba, a través de nuestro foro de wasap, las pinturas de un paso de Semana Santa o de una gitana bailando, con bellas trazadas impresionistas que él plasmaba en una servilleta del Coli o en un ticket de compra. Una pasada. Nunca se llega a conocer del todo a alguien y él nos sorprendió con su arte.
A modo de testamento, su alma de artista le llevó a escribir un precioso texto de las Hermanitas de los Pobres. Uno está seguro de que en la cama del hospital, preparándose para su encuentro con El Artista del Cielo, Nané necesitó expresar su agradecimiento a aquellas mujeres que han consagrado su historia a anticiparnos el reino al que todos estamos llamados. Genio y figura.
Y con su escrito rememoré el día del fallecimiento de mi padre, en el que dos Hermanitas entraron en casa para amortajarlo con mi madre, asegurando que «tenían que ponerlo guapo porque hoy se celebra en el cielo su fiesta de bienvenida». La fe de las Hermanas. Tan humana y tan honda como la que Nané expresó en su escrito.
Escribo estas líneas ante el gran mural de la trastienda de la «Venta de pescadores del Caño Chanarro», en el poblado de Sancti Petri, a un paso del chalet de la playa en el que estuvo Nané con nosotros.
En el mural están dibujados centenares de barcos pesqueros de las gentes de mar que allí faenan. Los nombres de una serie de ellos se hallan escritos en letras doradas y bajo el manto de la Virgen del Carmen. ¿Por qué? Pues porque ha fallecido algún marino de esa cuadrilla, de modo que eso sitúa, a todo el grupo, más cerca de Dios y al amparo de su Madre.
Me río pensando que el Sarabia ha conseguido enchufar a toda nuestra pandilla con El De Arriba. Me río al saber que el manto de la Virgen arropa a nuestro mítico grupo colegial de «Los últimos de Filipinas». Por todo el morrazo. Con el nombre de NANÉ escrito en mayúscula y con letras de oro.
Pepe Rodríguez Hervella
perrogrifon1965@gmail.com
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