Colegio Portaceli, Sevilla. 15 de junio de 2024.
Un sol radiante, pletórico, como si quisiera a apuntarse a la fiesta, empezaba a teñir de azul hiniesta los cielos de Sevilla e iluminaba la fachada de color albero del colegio Portaceli, ese color de la tierra (calcarenita) donado por el Guadalquivir que da prestancia a muchos edificios sevillanos ilustres, entre ellos el nuestro, aquel en el que fuimos depositados por nuestras madres a los pies de María Santísima.
Lentamente fuimos llegando al encuentro tanto tiempo esperado con emoción apenas contenida e ilusión desbordante. Con el ánimo presto a la espontaneidad que nace de un hondo conocimiento pretérito, de aquella hermosa vida en común de antaño que sembró para siempre la semilla fértil de nuestra amistad, que se nos sobrevenía íntegra al ver los rostros felices de nuestros compañeros sin percibir que el nuestro igualmente la irradiaba.
Así fuimos acogidos por ese espontáneo revoltijo repleto de amorosos abrazos y besos estampados a discreción. El bullicio en el vestíbulo del colegio era el albor de tan deseado encuentro y sólo el principio de un día inolvidable. Miradas cómplices que se entendían sin palabras, los corazones henchidos, los recuerdos que renacían en nuestras mentes alumbraban nuestras palabras de acogida que se precipitaban con afectuoso atropello en ambas y en todas direcciones.
Nos encaminamos después en animada charla a la iglesia y fuimos llenando los bancos, ya juntos y dispuestos a compartir hermanados la misa que durante tantos años alimentó espiritualmente nuestras infantiles y luego juveniles almas.
Una vez comenzado el oficio de la santa misa por el Padre Consiliario Jaime Oraa SJ. pasamos a la primera lectura leída por nuestro compañero Manuel Fernández de la Concha transmitiendo la palabra de Dios con hondura y pulcritud cristiana.
Y, posteriormente, yo mismo, leí los breves pero intensos salmos del día.
Una vez que el Padre Consiliario leyó el evangelio, nuestro compañero Juan Sergio Fernández Ruiz fue enunciando, uno tras otro, los nombres de nuestros compañeros fallecidos. En medio de un respetuoso silencio fuimos recordando a todos los que se nos habían ido.
Con una entonación y dicción perfectas fue dejando, flotando en el aire de la capilla, cada nombre y con él la añoranza por cada compañero ausente que, tal nos pareció, que respondieran con un ‘presentes’ y bajaran a sentarse con nosotros.
Acto seguido, nuestra querida Consuelo Santa María, infatigable localizadora de compañeros para el evento, tomó el relevo en el atril. Tras unas breves palabras pasó a leernos con emoción contenida la cariñosa carta que nos había hecho llegar nuestra compañera Meca – María del Carmen Martínez Pérez-, hoy monja de clausura de la Orden de los Carmelitas en el Monasterio de Nuestra Señora de las Maravillas en Madrid, donde con cariñosísimas palabras nos deseaba un día muy feliz y nos encomendaba con sus oraciones.
Seguidamente, tomó el relevo de Consuelo nuestro compañero Teodoro Arana que nos informó sobre el proceso de beatificación de nuestro querido compañero Ignacio Osuna Gómez. Sigue un extracto de su intervención:
“Ignacio supo llevar ejemplarmente los valores de entrega, servicio y responsabilidad inculcados en este Colegio. Fue un médico rural totalmente entregado a los más necesitados, a los que atendía sin cobrarles y a los que sanaba de cuerpo y alma. De hecho, sus pacientes favoritos eran los desahuciados, a los que administraba el bálsamo de su cariñosa compañía, comprensión y valores de eternidad. Su tiempo estaba supeditado al tiempo que necesitaran los demás. Nunca cogía vacaciones.
La causa de su santidad la comenzó nuestro querido jesuita Fernando García Gutiérrez, gran amigo suyo y director espiritual.
El proceso está muy avanzado y pronto, si Dios quiere, va a ser proclamado Siervo de Dios. Para ello necesitamos todos los testimonios posibles que podamos aportar de los que conocieron a Ignacio, ponderando sus valores cristianos y ejemplares”.
Si desean contribuir con testimonios al proceso de beatificación, contribuyan aquí: https://adobeacrobat.app.link/Mhhs4GmNsxb
La Homilía del Padre Consiliario, Jaime Oraa SJ, generosamente trabajada -como se podía ver en sus notas a mano escritas sencillamente en un papel-, versó sobre nuestra estancia en el colegio, la formación humana y cristiana que nos legaron los Padres S.J., Hermanos y profesores, así como ese amor imperecedero hacia la Virgen María que nos acogió bajo su manto sagrado y su Inmaculado Corazón. Todo ello siguiendo la máxima del Padre Arrupe – que Meca nos menta en su carta-: «Formar personas para los demás». La Homilía terminó con una síntesis histórica de los últimos cincuenta años y de las vicisitudes de la obra jesuítica durante ese medio centenario transcurrido desde que dejamos el colegio.
Decir del padre Arrupe que al ser preguntado por ser “un optimista patológico”, él respondía: “¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?”.
Una vez terminada la misa, otra vez más, nuestro compañero Teodoro Arana subió al atril e impulsado por su voz firme y entonada tomó firme la batuta para que todos, unidos, cantáramos el Himno del colegio que tantas veces elevó nuestras almas al Sagrado Corazón de María: “Eso nunca lo haré, Madre querida, eso nunca, nunca lo haré”. La promesa que ahora volvíamos a renovar.
Todos los presentes posamos para la foto en las escaleras de la Capilla. Y, de vuelta a la entrada del colegio, nos agrupamos espontáneamente y siguieron más fotos que dejarán constancia indeleble para la posteridad de nuestro encuentro en una onomástica tan de celebrar como las Bodas de Oro de nuestra Promoción de 1974.
No me voy a extender mucho más. Al llegar al ágape, en el Princi-Pico, desatose la alegría, corrió el dionisíaco éxtasis del vino, y al buen yantar dimos cobijo, mientras apretaditos dábamos rienda suelta a nuestras ganas de estar juntos, de hablar en corrillos, de cantar y bailar, y reírnos sin parar.
También, agradecer a los miembros de la Comisión organizadora por su dedicación y su fantástico trabajo. En particular, a nuestro compañero Luis Onieva, al que dediqué este cariñoso “speech”:
“Hay una persona entre nosotros que no necesita presentación pero que se ha ganado a pulso una presentación a lo grande. Durante años, su polivalencia y buen hacer ha ido desde ser el Carrasquilla que estaba para todo, hasta de Hermano de la Vega para ponernos firmes y, en cierto modo, hasta padre espiritual y rector “in pectore” de nuestra promoción.
Él ha sido el nexo de unión, el paterfamilias de nuestra promoción, la persona que nos ha mantenido unidos siempre y reunidos en muchas ocasiones con su esfuerzo ímprobo, desinteresado y cariñoso. Si se le pudiera definir en dos frases sería: el chico sencillo de la sonrisa perenne y un pedazo de corazón andante. Recibamos como se merece a don Luis Onieva ¡En pie y aplaudan a rabiar!
Hago entrega de tu bien ganado trofeo por tus muchos servicios a la comunidad del Portaceli 74 y para que nos recuerdes cada día al desayunar”.
De la fiesta, nos faltaron horas para estar más tiempo con todos. Pero el cariño era tan intenso y tan poco comedido, por no decir desatado, que, envueltos en esa espontaneidad auténtica y de amistad, dimos buena cuenta de los afectos perdidos, ahora recuperados, después de tan larga eternidad, desde que “salimos a la mar del mundo, con zozobrante quilla, surcando en nuestras barquillas”.
La sensación unánime es que debemos repetirlo a no mucho tardar para no perder el inmenso tesoro que hemos recuperado.
Termino con este soneto que compuse para la celebración:
Soneto 50 Aniversario Promoción del 74
(Soneto en versos alejandrinos)
¿Quién hubiera podido soñar tan solaz día?/
Apretujado, emotivo y rutilante/
Todos rejuntos como cincuenta años antes/
Besos, achuchones, recuerdos y alegría/
Preparémoslo con esmero y maestría/
Retornemos a la lustrosa juventud de antes/
Henchido el corazón de tonos vivificantes/
con espíritu elevado, en sintonía/
Al modo de unos fidelísimos amantes/
de aquel bendito acervo que nos unía/
ungidos por aquellos dones sobreabundantes/
Qué alimentaron nuestro porvenir de osadía/
Subamos las almas al castillo fortificante/
y hagamos por lograr la suprema sinfonía/
Pedro Antonio Villegas Santos (Petrusvil)
Promoción de 1974
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